A la mayoría de vosotros os sonará el nombre de Arthur C. Clarke, seguramente por una de sus novelas de ciencia ficción llamada «2001: una odisea espacial» convertida en la película homónima de Stanley Kubrick en 1968. Pero lo que probablemente no os suene tanto es que, además de afamado escritor de ese género literario tan prolífico, fue divulgador científico y gran conocedor de la física y las matemáticas.
Nació en Somerset, Inglaterra, un 16 de diciembre de 1917 y durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en la RAF especializándose en radares. Uno de sus primeros artículos científicos publicados sentó las bases para situar satélites en órbita geoestacionaria (también llamada órbita de Clarke en su honor) y fue una de sus grandes contribuciones a la ciencia y el avance tecnológico de la época.
Fue presidente de la Sociedad Interplanetaria Británica y empezó a ser conocido mundialmente, gracias a la televisión, en la década de los 60 al colaborar como comentarista en las misiones Apolo a la luna.
Su labor literaria como escritor de ciencia-ficción comenzó después de la Segunda Guerra Mundial al publicar cuentos y relatos en distintas revistas especializadas uno de los cuales, «El centinela», sentaría a la base de «2001» años después.
Su obra se caracteriza por la rigurosidad científica con la que rodea toda sus historias, añadiendo la necesaria fantasía futurista que contribuye a amenizar dichos relatos (quién podría imaginar allá por 1968, con la humanidad apunto de pisar la luna, que en 2001 no estaríamos haciendo viajes interplanetarios como quien coge un vuelo transatlántico hoy en día).
Creador de varias sagas importantes de este género como «2001» y sus continuaciones o «Cita con Rama» también tiene en su haber recopilaciones muy interesantes de relatos como «Cuentos de la taberna del ciervo blanco» o «El viento del sol».
Vivió gran parte de su vida es Sri Lanka y desde allí colaboró con otros escritores como Paul Preuss (para la saga «Venus Prime») o Stephen Baxter («El ojo del tiempo», 2007). Falleció allí a los 90 años dejando una última obra póstuma junto al escritor Frederik Pohl: «El último teorema», cuyo título parece muy adecuado para cerrar la trayectoria literaria de este gran autor.
Si su ficción se ve convertida en ciencia dentro de unos años no podremos más que recordar una de sus famosas leyes de Clarke («Perfiles del futuro», 1962), en concreto la tercera: toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la de magia.
Elisa Darcy