«Las manos invisibles», de Cesare Alcayna. La mente como trampa.

Las manos invisibles

Cesare Alcayna

Editorial Leibros

319 páginas

Lo primero que llama la atención de «Las manos invisibles», de Cesare Alcayna, es su estructura. En la primera parte de la novela, el verano y el otoño-invierno de un mismo año se alternan desvelándonos las claves de una historia que se desarrolla más aún en la segunda parte, en la que el tiempo es lineal, a partir de ese verano inicial. Con estos saltos de tiempo y los distintos puntos de vista de los personajes protagonistas, Cesare crea una especie de puzzle que termina componiendo un mosaico emocional en el que el color de cada tesela viene determinado por los sentimientos de los personajes. En efecto, leyendo «Las manos invisibles» lo más prudente es no prejuzgar a sus protagonistas, porque los acontecimientos van poco a poco mostrando su realidad compleja, su naturaleza abierta, componiendo un juego muy apropiado para el sentido de la historia, a saber, que cada comportamiento trae causa en un sufrimiento íntimo que en muchas ocasiones aparentemente nada tiene que ver con el hecho objetivo que se manifiesta, que no siempre somos capaces de tener la lucidez de controlarnos a nosotros mismos, de dominar nuestro destino, porque hay algo profundo que nos confunde, que nos retiene, unas manos invisibles que nos atrapan hasta hacernos víctimas de nosotros mismos.

En «Las manos invisbles» también se mezcla la sordidez con hermosos momentos de dulzura, la delicadeza más absoluta con los comportamientos más primarios, en un intenso juego de contrastes en el que incluso los personajes secundarios tienen un papel destacado, con una construcción psicológica muy completa (el lector, por ejemplo, podría adivinar perfectamente cómo se comportaría Alexia -uno de los personajes que más me han atraído – en una situación determinada).

Otro contraste interesante, por su originalidad al no haber sido tratado antes, es el paralelismo entre Madrid y las poblaciones de su periferia noroeste. Cesare desvela los matices entre uno y otro lugar. Nos cuenta cómo ya no existen las ciudades dormitorio, y que lugares como Las Rozas, Majadahonda o Torrelodones son localidades completas con su idiosincrasia matizada, en lo que es la primera recreación que conozco de este mundo en literatura, y que tiene el valor sociológico de mostrar el resultado de la migración interior de España hacia Madrid en las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado. Por supuesto, el autor expone esto de soslayo,  a pinceladas, pero invita a reflexionar sobre ello, y el lector disfrutará más la novela teniendo presente este aspecto.

En cuanto al lenguaje, la narración es fluida, ágil, aun con el acostumbrado detallismo de Cesare, siempre dispuesto a concretar para que el lector recree una imagen vívida en su de lo que está leyendo. Es curioso cómo atrapan las páginas, cómo queremos dejarnos llevar, hasta esa última parte, la tercera, en la que en un giro más de la forma, los hechos se nos presentan en segunda persona. El autor lo justifica como un modo de cerrarlo todo, de hacer un globo o una pompa de jabón y dejar que se la lleve el aire.

Y aunque al aire se vaya, en la mente de quienes hemos leído «Las manos invisibles» queda algo que nos acompaña para siempre, porque leerla merece la pena.

Clelia Pérez

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