Quizá no somos del todo conscientes pero conviene detenerse y pensar en nuestra librería preferida, en las estanterías de nuestras casas, en el libro electrónico que llevamos en la mochila, en las páginas webs que visitamos, en los periódicos y revistas que leemos y preguntarnos cuántos libros traducidos encontramos en los estantes, cuántos tenemos descargados en nuestro libro electrónico, a cuántos autores traducidos entrevistan en nuestro periódico de referencia o en las revistas literarias digitales o en papel que nos gustan. No tardamos en darnos cuenta de que los textos traducidos nos rodean, su presencia es continua, conviven con nosotros, son parte de nuestra vida y los necesitamos. Nuestro crecimiento intelectual y nuestra propia identidad cultural, como lectores, escritores, artistas o ciudadanos del mundo, necesita de la traducción. Es evidente que la traducción es un puente hacia otra lengua, pero también hacia otra cultura y, sobre todo, un camino para nuestro crecimiento y reinvención individual. Necesitamos a los traductores, y mucho. Sin ellos, entre otras muchas cosas, no habría intercambio cultural o sería mucho más difícil.
Pero, ¿cuál es el misterio de la traducción? ¿su esencia? ¿las reglas que la conforman? ¿los equilibrios internos escondidos que, como en cualquier arte, busca? Porque la traducción, aunque esté limitada por el texto del que surge, es también una actividad artística. En la obra “La playa” de Cesare Pavese, hay una hermosa frase al final de la novela que, en el texto original, en italiano, dice: “Cominciavo a capire che nulla è piú inhabitabile di un luogo dove si è stati felici”. En una reciente y brillante traducción de esta novela, publicada por Altamarea Ediciones, esta frase la encontramos traducida por: “Empezaba a entender que nada es más inhabitable que un lugar en el que hemos sido felices”. La traducción de esta novela, en su conjunto, es excelente. Quizá la mejor versión moderna de Pavese que puede encontrarse. La traducción, de la novela en general y de esta frase en particular, tiene matices respecto a traducciones anteriores que hacen que sea más actual y facilita que la obra se sienta más próxima al lenguaje de nuestros días (por eso – y por otras cosas- nos ha gustado tanto). Es una excelente reinterpretación actual de Pavese.
La responsable de esta traducción de “La playa” de Cesare Pavese, publicada por Altamarea Ediciones, es Melina Márquez, Licenciada en Filología Italiana, Máster en Traducción Literaria y Doctora en Estudios Artísticos de la Literatura y de la Cultura – quien ha realizado otras traducciones como “Maloca, maloca. Una pediatra en la Amazonia” de Michela Sonego (Altamarea Ediciones) o “La máquina del mito. En el cine y en el comic”, de Gino Frezza (Ediciones Marmotilla) – y que me recibe para hablar de traducción y literatura alrededor de “La playa” de Cesare Pavese.
Le pregunto por las claves de la traducción de la frase que hemos citado más arriba, y que tanto nos gusta. “Como traductora cuando me encuentro con frases tan bellas como la que menciona”, nos dice, “en una lengua tan poética y dulce como el italiano, me suelo dejar llevar por las pautas que el autor/autora han dejado en su texto. En el caso de esta frase casi resumen de La Playa, la pauta principal es la rotundidad de la prosa, la simplicidad de la frase en sí y, por supuesto, la belleza del vocabulario utilizado por Pavese para expresar un mensaje tan profundo. Quizás el principal cambio de la traducción es el paso de una impersonal del italiano si è stati felici a la primera persona del plural en español hemos sido felices; en este caso, la actualidad de la lengua nos exigía un uso del plural mayestático, puesto que la frase comienza con un yo pero pretende incluir a todo un nosotros en la reflexión; de hecho, en mi opinión, el uso de una frase impersonal en español habría roto el pacto con el lector.
Supongo que en este pasaje la importancia de acercar al lector al texto o viceversa ha ganado a la fidelidad sintáctica.”
Es un auténtico privilegio poder tener de primera mano esta explicación. Vemos en ella que la traducción es una actividad analítica, de empatía con el autor y los lectores, de exploración, en la que hay que tomar decisiones que llevan a un camino o a otro en función de la sensibilidad del traductor.
Me ha gustado tanto esta edición de “La playa” que siento curiosidad por saber cómo se embarcó en el proyecto de su traducción. “La verdad que fue todo rápido e inesperado. Tuve la suerte de conocer a Giuseppe justo antes de que el proyecto Altamarea comenzara su andadura en el mundo editorial, lo que me permitió compartir con él mi entusiasmo como traductora y, sobre todo, comentar nuestra pasión compartida: la literatura italiana. Con estos dos elementos, tanto Giuseppe como Alfonso decidieron darme la oportunidad de probar mis aptitudes como traductora con un grande como Cesare Pavese. Tras la prueba de traducción, supongo que algo en mi texto les hizo decidirse y darme el gran proyecto de traducir La playa.”
El acierto ha parecido ser recíproco, porque Melina Márquez también muestra su entusiasmo por la experiencia compartida con esta editorial: “Afortunadamente en mi corta carrera como traductora siempre he tenido la suerte de trabajar con gente apasionada y entusiasmada por lo que hace. El trabajo con Altamarea en los dos proyectos que nos han tenido de la mano hasta ahora ha sido enriquecedor a la par que bello. La traducción puede ser frustrante en muchas ocasiones pero haber podido hablar con los editores, proponerles opciones, es más, establecer el diálogo y la crítica productiva como una vía de doble sentido para obtener el mejor de los resultados podría resumir mi relación con ellos. Han sido y son excelentes editores, colegas, y, por supuesto, compañeros de celebración ante las primeras impresiones sobre nuestros pequeños retoños: La playa de Cesare Pavese y Maloca, Maloca. Una pediatra en la Amazonia de Michela Sonego.” Las palabras de Melina Márquez me hacen reflexionar sobre lo mucho que se parece la tarea del traductor a la del escritor, cómo hay desvelos por limar cada palabra, cómo es necesario un intercambio con los demás. Es muy bonita y vívida la referencia a las celebraciones de la culminación del camino compartido. La relación con Altamarea parece un ejemplo de cómo deberían ser siempre estas relaciones.
Quiero aproximarme más a la traducción, al proceso de traducir, y le pregunto a Melina Márquez cómo se prepara una traducción y cómo preparó, en concreto, la traducción de La playa. “Cada proyecto de traducción que debo afrontar lo empiezo siempre con varias lecturas. La primera es la decisiva, y es la que despierta mi deseo de trasladar el texto a mi propia lengua; la segunda es más técnica, suelo subrayar y anotar todo lo que considero que me supondrá una investigación o una reflexión o, incluso, una consulta con otros hablantes de la lengua meta; y la tercera ya es la que da pie a los primeros borradores de traducción. La primera y la segunda lectura suelen fundirse en ciertos textos, sin embargo, con la novela de Pavese y gracias a la estructura por capítulos generalmente breves, las lecturas aumentaron debido también a la complejidad literaria del texto. Es más, esta novela se caracteriza en muchos pasajes por dar pie a ‘malentendidos’ o ‘bientendidos’ intencionados del autor, lo que suponía un análisis lingüístico profundizado, variando el proceso de traducción. Cada texto me ha exigido, además, algún paso más en la preparación, aunque considero que las múltiples lecturas del original siempre me han resultado fundamentales para entrar en la piel del autor/autora y proceder a la traducción del mismo con el autor/autora ya metidos en mi piel o yo en la suya.”
Por lo tanto, lo primero que indica Melina Márquez es que la traducción exige varias lecturas profundas en las que se analiza el texto y al autor. A partir de ahí, le pregunto si existen determinadas metodologías, y cuáles son las que, en concreto, se aplicaron en la traducción de La playa: “Si algo aprendí durante mi formación como traductora literaria es que no se puede enseñar a traducir sino que se aprende traduciendo. Y creo que lo mismo se podría aplicar a las metodologías, teóricamente hay muchas, pero no todos los textos son aptos para la misma ni todos los traductores son fieles solo a una y se seleccionan, probando unas y otras. En el caso concreto de La playa estaba claro que la prosa de Pavese iba a sufrir pérdidas partiendo de la realidad de que su prosa es italiana no española, pero el contenido o, más bien, el mensaje del texto debía intentar mantenerse por todos los medios. En la traducción se intentó respetar al máximo las elecciones del autor en cuanto a vocabulario o sintaxis, pero creo que la traslación de la sensación provocada en el lector pasó a primer plano con la novela La playa. Había que conseguir que el lector español sintiera nostalgia, que pudiera vivir con los protagonistas la necesidad de volver a algún lugar de esos inhabitables que todos tenemos y que lo hiciera con la prosa de un hipotético Pavese español al igual que el lector italiano lo hacía con el Cesare Pavese original. Por lo tanto, la metodología podría resumirse para este proyecto en la búsqueda de conseguir despertar los sentimientos de un potencial lector en lengua castellana con una novela que se desarrolla en Italia, que tiene protagonistas italianos, que supura italianidad pero que narra sentimientos universales y sensaciones humanas aptas para todos los públicos sea cual sea su nacionalidad, siempre y cuando la traducción sea capaz de saltarse esas fronteras.”
Lo primero que me llama la atención de la respuesta de Melina Márquez es confirmar una vez más la estrecha relación entre escritura y traducción. Podría parecer una obviedad, pero no lo es. Igual que el escritor aprende escribiendo, afirma Melina Márquez que el traductor también aprende traduciendo. Esto, como decía, no es una obviedad porque tanto autores como traductores se enfrentan a una pléyade de teorías, de cánones, de sesgos de todo tipo, pero lo fundamental de unos y otros es encontrar su propia voz, su forma única y personal de proceder ante la soledad de enfrentarse a las palabras desnudas. Por otro lado, del mismo modo que el autor siente que su obra nunca alcanza el brillo de lo que una vez concibió su mente, el traductor asume de inicio la pérdida que supone desnudar a un autor de su lengua original. Ante ello, corresponde tomar decisiones. La de Melina es hermosa: que el lector sienta.
Esto me lleva a sentir curiosidad por lo que siente el traductor. ¿Qué relación se establece, en general, con el autor que se traduce? ¿Es como la del autor a quien le persigue su novela todo el tiempo o se establece más distancia? “Quizás la mejor respuesta sea un depende rotundo. Hasta ahora he traducido a dos autores muertos y a uno vivo, con los primeros he dialogado más que con el segundo. Puede resultar paradójico, pero los vivos están más cerca y las dudas tienden a ser mucho más técnicas; sin embargo, los autores fallecidos se meten en tu cabeza como fantasmas y, se podría decir, que te persiguen por un tiempo. Aun así influye mucho el tipo de texto y hasta qué punto podemos identificarnos con el autor, ya no como traductores sino como simples lectores de su obra. Con Pavese fue difícil establecer una conexión al principio, a pesar de admirar su obra y de venerar su prosa, dialogar con él fue complejo en muchas ocasiones. Una novela como La playa no es de fácil acceso, y como traductora, no siempre fue fácil saber qué quería decir o qué quería transmitir. Además, su aparente simplicidad en algunos pasajes me llevaba a engaño y el diálogo se interrumpía en cierta manera; pero, después de varios tira y afloja con él, creo que llegué a entenderlo, que pude profundizar en mi relación con el autor y, sobre todo, en mi relación con el texto que él me había brindado.”
Lo que comenta Melina Márquez es muy vívido. Pienso durante un instante en esa lucha interna del traductor tan bien descrita por Melina ante el silencio del autor que quiere reinterpretarse y me surge la duda sobre si también se establece una relación más personal, es decir, si el interés por el autor trasciende su obra. Por eso le pregunto a Melina Márquez qué hubiese necesitado preguntar a Pavese, de seguir vivo, o qué le hubiese gustado preguntarle después de traducir la novela. “La pregunta que tengo guardada en al cajón de los imposibles es: ¿en qué lugar ha sido realmente feliz, señor Pavese?” Una pregunta sin duda, muy acertada, para alguien como Pavese. Ni siquiera Natalia Ginzburg, que fue su amiga, pareció tenerlo del todo claro en el testimonio que nos dejó de él.
Vuelvo a centrarme en La playa. Melina me ha hablado de sentir, de provocar sensaciones al lector. Le pregunto por una sensación muy característica de La playa, en concreto, ¿cómo captó ese tono lánguido de La playa en la que todo parecen las horas perdidas del mediodía en verano? “Muchas veces la traducción sorprende incluso al propio traductor y creo que, cuando tuve el texto definitivo de la traducción y pude releerlo, la presencia del tono lánguido al que hace referencia me cautivó y, sobre todo, me sorprendió. No es que fuera todo casualidad, pero muchas veces se entra tanto en la dinámica de un texto que los rasgos del original se trasladan de forma casi automática y, sin embargo, no se es consciente de ello hasta la lectura del texto final, normalmente a cierta distancia temporal de la última revisión. No es que todo sea mérito mío, los ojos de los editores, del corrector y de todas las personas implicadas en la publicación de la traducción de La playa contribuyeron mucho a mantener ese tono y a pulir el texto para crear ese hipotético Pavese español con su hipotética playa y con su nostalgia universal.”
La siguiente pregunta es casi obligada en una conversación de estas características. Le pregunto a Melina Márquez qué fue lo más difícil de traducir La playa: “Creo que lo más difícil fue captar todos los ángulos de un protagonista sin nombre pero a la vez bien perfilado que confunde, y se confunde con el propio autor. El narrador sin nombre fue un reto, sobre todo, por sus reflexiones que van aparentemente a ninguna parte, que no lo definen pero, al mismo tiempo, le dan rasgos y aptitudes concretas. Y, sobre todo, en lo que respecta a sus relaciones con el resto, la vaguedad de sus sentimientos o, al contrario, los repentinos arrebatos de celos que provienen de ninguna parte. Conseguir trasladar la totalidad de este personaje que nos habla directamente sin mostrarse del todo fue un verdadero desafío (y, también, un quebradero de cabeza).”
Aprovechando las palabras de Melina, me apetece destacar un personaje de La playa. Las mujeres suelen ser figuras importantes en la obra de Pavese. Está la Ginia de El bello verano o la Clelia de Entre mujeres solas. Sin embargo el personaje femenino central de La playa, también llamado Clelia, es bastante especial. Genera una especie de encantamiento en muchos de los que se relacionan con ella y es muy distinto a otros. De algún modo, quizá sea el personaje más importante de la novela. Le pregunto a Melina si está de acuerdo con esta apreciación y sobre su opinión en relación con este personaje. “De hecho, aun me cuesta decantarme por un solo protagonista en esta novela; sin embargo, el personaje de Clelia de La playa encarna a muchos personajes a la vez. Es la rival del narrador sin nombre con respecto a Doro; es la aparente inocencia ante los escarceos de su marido; es la perversión en sus escenas con el joven estudiante; es el poder de una mujer segura de sí misma aunque odiada o, quizás, envidiada por muchos; es la adulta de la relación con su marido; es la imagen de la libertad de la mujer; y, por último, es la derrotada por el destino. No considero que se pueda identificar un solo protagonista de la novela puesto que, como ya se ha mencionado, no estamos ante una novela tradicional; pero, desde luego, Clelia es una de las grandes protagonistas de La playa.”
Analizado todo lo relacionado con la traducción de La playa, le cuento a Melina Márquez que esta novela es fundamental para nuestra revista, la hemos reivindicado como una de las novelas fundamentales del siglo XX y como un hermoso canto a la juventud que empieza a irse sin que casi se note, esa “juventud resbaladiza” de la que hablamos en un artículo publicado ya hace años y que Altamarea Ediciones tuvo el detalle de enlazar en su página web con ocasión del lanzamiento de la novela. Teniendo todo esto presente, le pregunto a Melina qué significa la novela para ella antes y después de traducirla. “Es una pregunta de respuesta compleja porque no es tanto un antes y después de la traducción, sino en qué momento de mi vida La playa llega a mis manos. De hecho, ese momento, esa primera lectura, era el perfecto “lugar inhabitable” del que habla Pavese. Un lugar perfectamente conocido por la memoria y por los recuerdos pero que el yo presente es incapaz de disfrutar o, al menos, de asimilar como lugar ya vivido. “La Playa” llegó a mí así y la traducción me permitió revisitarla y disfrutarla. Por suerte para mí, aunque la lectura de la novela en italiano ya había sido un placer, la traducción me sirvió para disfrutarla doble o, incluso, triplemente puesto que viajé a esas playas ligures, sentí nostalgia por ellas aun sin conocerlas y entendí que los lugares parecen no cambiar, pero que nosotros cambiamos cada vez que volvemos. Por lo tanto, traducir La playa fue volver a leerla con mirada renovada, así que se podría decir que el proceso de traducción me llevó a sentir la nostalgia de un libro que me había hecho disfrutar y que, al traducirlo, me había regalado un nuevo disfrute, diverso, pero placentero.”
Pasamos a hablar de la traducción única y exclusivamente. Como ya se ha señalado, la traducción es fundamental. Permite crear puentes entre culturas distintas y sin ella seríamos personas menos ricas cultural e intelectualmente, menos permeables a lo que viene del exterior. Sin los traductores la cultura estaría incompleta. ¿Cuál es a juicio de Melina el valor cultural de la traducción? ¿Cree que debería reconocerse más? ¿Qué se puede hacer para fomentar la traducción? “Por suerte, las cosas están cambiando para los traductores, aunque siempre se podría mejorar. En el siglo de la globalización se tiende a pensar que la traducción dejará de ser necesaria, que quizás podamos ser sustituidos por máquinas y, en este sentido, la valoración de la traducción como proceso humano debería ser mayor. La traducción siempre ha sido un puente, un acueducto o, incluso, toda la red de carreteras del mundo. Fuera bromas, la traducción es comunicación y la sociedad se basa en la comunicación, el ser humano se comunica desde que se levanta hasta que se acuesta y más allá. ¿Qué ocurre si el ser humano que está a nuestro lado no entiende nuestro código? ¿Qué pasa si mi mensaje está escrito en algo que no puede ser entendido por el verdadero destinatario del mismo? Los traductores son necesarios siempre que exista la multiplicidad de lenguas, porque la humanidad debe convivir. En mi campo, el de la traducción literaria, los traductores son cada vez más visibles, aparecemos en las portadas de las obras traducidas, vamos a presentaciones de libros, somos entrevistados, algo que hace algún tiempo era impensable. Aun así, en muchos sectores dentro del mundo de la traducción y en otros niveles que no son el reconocimiento más mediático, quizás el campo de la traducción aun tiene mucho trabajo por delante en lo que se refiere a valorizar el papel del traductor.”
La siguiente pregunta también es de esas que resultan obligadas llegados a este punto de la conversación: ¿qué aporta la traducción a la literatura? “La traducción ha aportado y aporta a la literatura la posibilidad de confluir y de dialogar con otras formas de pensamiento. Durante la historia de la literatura se ha visto la influencia de autores lingüísticamente lejanos pero que se han conocido gracias al trabajo de un traductor; esta influencia ha dado pie a obras que, a su vez, se han traducido y han sido la inspiración de personas en cualquier parte del mundo. Por tanto, la traducción aporta frescura a una literatura nacional puesto que traslada lo que está ocurriendo fuera de las fronteras y lo coloca al mismo nivel en las estanterías de las librerías y de las bibliotecas; por lo tanto, ofrece libertad y variedad al lector que, seguramente, sin la traducción nunca habría podido llegar a todos esos textos.”
En un reciente artículo de la London Review of Books, publicado por Colin Burrow sobre una traducción de Propercio, se dice que el tipo de texto más difícil de traducir es aquel en el que no estás muy seguro de su sentido pero en el que esta circunstancia, la dificultad de su sentido, es la gracia del texto. Asimismo, se dice que el segundo texto más difícil de traducir es aquel en el que no puedes definir el tono del texto. Le pregunto a Melina sobre qué opinión le merece esta reflexión. “Creo que se trata de una reflexión perfectamente aplicable a La playa de Cesare Pavese. Una de las principales reflexiones en torno a esta novela es la complejidad para comprender el sentido de la misma. Luisgé Martín en su prólogo describió muy bien lo que es La playa: La playa es una sucesión de momentos, de impresiones vagas que caminan hacia ninguna parte. Por lo tanto, la novela de Pavese encaja con la reflexión, y de ahí la complejidad de su traducción, puesto que esa ausencia clara de sentido es la novela en sí misma y la gracia del texto.”
Le recuerdo a Melina el tópico sobre la traducción que dice que cada generación necesita una nueva traducción de los clásicos. En nuestra reseña sobre la edición de La playa de Altamarea Ediciones decimos que las generaciones actuales han encontrado su traducción de La playa gracias al trabajo de Melina Márquez. Le pregunto por su opinión general sobre este tópico de la traducción que he señalado. “El concepto de traducción canónica en mi opinión es bastante pobre y no abarca la complejidad de la cuestión. Está claro que en la historia de la traducción ha habido grandes traducciones pero esas traducciones, igual que veíamos antes con las claves de la traducción de la bella frase de Pavese, están ligadas a un tiempo, a una época e, indudablemente, a un traductor/a. No creo que todos los clásicos deban ser sometidos a traducciones constantes, sin embargo, sería óptimo una revisión de las traducciones para poder valorar realmente si esos clásicos son, con esas traducciones “canónicas”, aún capaces de llegar al lector potencial del hoy y del ahora. Asimismo, creo que la finalidad de una nueva traducción no es desbancar la versión anterior o, ni mucho menos, criticar negativamente las decisiones del traductor anterior; simplemente, con ciertas obras, un nuevo punto de vista, una nueva reflexión más actual permite revalorizar la obra. Es cierto que el original no cambia y por ello es el original; pero la traducción no tiene original más que el texto de origen y cada texto meta es una hipótesis válida.”
De pronto, me surge una curiosidad. Se dice que el español y el italiano son idiomas muy próximos. No obstante, ¿cuál es la distancia real entre estas dos lenguas? “Es cierto que se trata de lenguas hermanas lo que, en muchas ocasiones, facilita el aprendizaje o la comprensión. Sin embargo, la cercanía entre ambas lenguas no es tan real o, al menos, no facilita la traducción; es más, al contrario, la dificulta en muchas ocasiones. Similitud no significa equivalencia absoluta, lo que da pie a errores sintácticos comunes que hay que pulir constantemente, falsas interpretaciones, lapsus del subconsciente, etc. Los fenómenos que se repiten en el proceso de traducción entre lenguas afines son muy numerosos, puesto que la distancia real no la establece la cercanía lingüística aparente sino los usos claramente alejados entre ambas y, sobre todo, sus evoluciones lingüísticas. Son dos lenguas romances con una historia para nada equiparable, con unos usos ciertamente alejados y con unos registros que distan más de lo que nos podamos imaginar. Simplemente, pensar en el abismo que existe entre el concepto de “dialecto” para un italiano – en realidad, una lengua – y para un español – lo que para un italiano sería un regionalismo – ; o la evolución y la adaptabilidad de las lenguas con respecto, por ejemplo, a los anglicismos tecnológicos – el español traduce o adapta (ej.: el ratón); el italiano asimila la palabra extranjera como suya (ej: il mouse)- , nos permite entender realmente la distancia de estas dos lenguas y dos culturas.”
Hemos hablado ya mucho de la traducción y llega el momento de hablar de los traductores, como ella. ¿Por qué una persona decide dedicarse a traducir? «En mi caso, la confluencia de dos pasiones: las lenguas y la literatura. Mi afición por la literatura, primero, me llevó a querer leer siempre que podía en lengua original pero, por mucho esfuerzo que hiciera, no siempre obtenía todas las sensaciones de las lecturas realizadas en otra lengua que no fuera la mía. Por suerte, mi conocimiento del italiano me permite sentir y, sin eso, no podría haber sido traductora. Aún así, cuando leo un texto traducido del italiano, aunque conozca el original y lo haya leído, la lengua madre siempre gana en sensaciones. Esta es una de las principales razones que me llevaron a traducir, querer dar a un lector no nativo en la lengua del escritor que desean leer, la oportunidad de sentir completamente lo que siente el lector del original. Además, una vez que se empieza en el camino de la traducción, la cantidad de oportunidades para reflexionar sobre la propia lengua y sobre la lengua de origen se convierte, en cierta manera, en otra gran pasión para los traductores.”
Otra pregunta obligada a un traductor: ¿Hay alguna obra o autor en especial al que le gustaría traducir? “Me encantaría, si tuviera la oportunidad, traducir a Elsa Morante. Soy una gran fan de su obra, su prosa es fascinante y, aunque sé que sería todo un gran desafío, también sería un proceso muy interesante. También, me gustaría intentarlo con la poesía, aunque aún me queda mucho por aprender, me gustaría atreverme con autores decimonónicos que siento más cercanos, debido a mis estudios de doctorado, como Iginio Ugo Tarchetti, Arrigo Boito o Emilio Praga.”
Agradecemos mucho a Melina Márquez todo el tiempo que ha dedicado a compartir su trabajo con Bicidue Revista Literaria y a reflexionar sobre traducción y literatura. Antes de despedirnos le preguntamos por sus próximos proyectos: “Tras la traducción de Maloca, Maloca. Una pediatra en la Amazonia (2018) de Michela Sonego para Altamarea; actualmente estoy embarcada en la traducción de un ensayo, el segundo, con Ediciones Marmotilla. Se trata de la obra de un autor al que ya traduje en mi primer proyecto con esta misma editorial – La Máquina del Mito. En el cine y en el cómic (2017) – el experto en cómics y cine Gino Frezza. Un texto completamente diverso a los traducidos para Altamarea, pero que también me propone grandes desafíos. también sigo trabajando con Altamarea para sacar adelante otro proyecto de traducción de literatura italiana novecentesca aunque aun no puedo confirmar los títulos de las obras; simplemente esperamos que salga adelante pronto y se añadan bellos títulos como La Playa al catálogo, ya de peso, que está creando Altamarea.”
Le deseamos los mayores éxitos a Melina Márquez. Gente como ella, con su esfuerzo y dedicación, hace posible que los demás podamos tener una vida más plena gracias al resultado de su trabajo.
Cesare Pría
Imagen destacada: la traductora Melina Márquez con un ejemplar de «La playa» de Cesare Pavese, publicada por Altamarea Ediciones.