«Jardín transparente», de Camila Peña. El peso del ser.

«En un aire primero

miramos la colección de crisálidas.

Hilera de lo intocable.

No tendré nunca

un sentido claro de cremiento

¿existe?

no tendré nunca unas alas nuevas.»

Este es uno de los poemas de Camila Peña (Cuenca, Ecuador, 1995), incluido en su obra «Jardín transparente» (Valparaíso, 2021), con la que ganó el II Premio de Poesía Hispanoamericana «Francisco Ruiz Udiel». En este hermoso poemario, la autora nos muestra un jardín -quizá etéreo, siempre mágico- donde la vida sucede. Por suceder me refiero a la acepción de esta palabra que se corresponde con»hacerse realidad». Un jardín con jardineros y «niñas pájaro» donde la vida acontece sin llegar a dominar su propia consciencia. De este modo, Camila nos dice que «La sangre es el primer alimento, entra en la garganta y el ser se sitúa. En sus ojos brilla la tierra». Pero con la tierra ante los ojos no alcanzamos a comprender, por eso «El que sobrevive se queda atado a su infancia/ y mira las flores./ Y mira, y mira y mira».

La primera parte del libro, titulada «La voz» nos muestra el despertar de la existencia a esa «tierra invisible que transforma los cuerpos» hasta conocer la «Tierra de la sangre» (título de la segunda parte del poemario), donde el olor de la carne «atrae a los perros salvajes»; donde «La hierba roza la piel/ la hoja perfilada/ un cuchillo» y «Cae un pétalo./ Mis manos acostumbradas,/ la rosa siente mi sangre».

Así se llega a la «Tierra del canto» (tercera parte del poemario), donde la consciencia llega a comprender, que «no tendré nunca unas alas nuevas». El poemario termina en la «Tierra de la transparencia» en la que «Los artilugios son objetos abandonados en la tierra» y el ser se pregunta «Quién decide / que mis muertos / sean transparentes./ Que pasen sus manos por la hierba. / Que solo yo sienta sus dedos».

Un poemario con una carga filosófica muy interesante, muy bien urdido, donde el lenguaje y la intensidad de las imágenes creadas por la autora guían al lector por ese jardín que, como un microcosmos, simboliza, para mí, el sentimiento de ajenidad ante la propia existencia, la admiración y el vértigo ante la vida y el destino del espíritu que necesita de la materia para poder existir.

Es muy acertada la imagen del jardín, un jardín donde todo crece y desborda, que resulta inalcanzable, tan real como extraño, donde el ser anhela y se pierde, donde el ser quiere y sabe que no puede.

He disfrutado mucho de la extraordinaria calidad de muchos de los poemas, de la precisión del lenguaje, de tener en mis manos un texto tan bien estructurado y tan bello. Un jardín que, sin duda, merece la pena disfrutar.

Cesare Pría

(Nota: Foto que encabeza el artículo obra de Pezibear).

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