Hay algo especial en La playa. Es quizá una de las novelas más luminosas de Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo 1908- Turín 1950), donde en apariencia todo es desenfado y relajación, juegos fútiles, dejar que el tiempo transcurra entre el mar y el sol de la costa ligur. Lo mismo sucede con la primera parte de la novela, la que transcurre en las colinas del Piamonte, la ubicación más característica de la obra de Pavese. Bebida, paisajes, noche, recuerdos, diversiones atrevidas. Sin embargo, también ahí, existe una tensión soterrada, una sugerencia de que algo no encaja del todo, la nostalgia, incluso en ocasiones una angustia contenida.
Eso reconoce el propio protagonista al final de la novela, en lo que es uno de los momentos cumbre de la obra de Pavese y quizá una de las mejores formas en las que se ha expresado la nostalgia en la historia de la literatura del siglo XX: “Empezaba a comprender que nada es más inhabitable que un lugar donde se ha sido feliz”. Este mismo protagonista, narrador-observador de todo lo que sucede, parece buscar una suerte de plenitud, una comprensión del todo que le rodea: la relación de Doro y Clelia, el amor de Guido, los secretos de Berti, la intensidad de la luz, los silencios de las horas perdidas. Y lo hace sabiendo que no puede alcanzarla, y se conforma.
Además, La playa es una novela sobre la pérdida de la juventud. No la del anciano que se hunde en los recuerdos, ni la del hombre maduro que empieza a sentir el declive físico. Los personajes de La playa apenas traspasan la treintena en la mayoría de los casos y sienten que viven los últimos estertores de una juventud que todavía puede reconocerse, y son conscientes de su valor, y tratan de aferrarse a ello, sabiendo que no podrán conseguirlo. Por eso Doro vuelve a su pueblo natal y habla de lo que lleva en la sangre. Otros se saben ya atrapados por sus propias vidas, en un momento en el que todavía parece no importar demasiado, como es el caso de Guido. Y como contraste, Berti, el joven que busca proyectos y sueña aunque sea con cosas imposibles.
Clelia hace de eje de todo ello. Amada por todos de distinta manera (soñada de forma enardecida por Berti, deseada por Guido, admirada por el de un modo sutil y maduro por el protagonista-narrador, y su esposo Doro, con quien no es que hayan discutido sino que ya son –en cierto modo – el mismo ser escindido y complementario). Es un personaje atractivo y extraordinario, uno de los más interesantes de todas las obras de Pavese.
En La playa hay otros temas: reflexiones sobre el matrimonio, distintas visiones del amor, y una poética sutil que acompaña el gran logro que supone la tensión interna a la que se ha hecho ya referencia en todos los personajes.
Es una obra de silencios, para lectores atentos. No llama la atención con una lectura rápida. Sin embargo, con cada lectura se descubre algo nuevo.

Al referirnos a la obra de Cesare Pavese, se piensa en el famoso poema Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, o en novelas como El bello verano, De tu tierra o La luna y las hogueras; se habla del mito, del comunismo, del suicidio, del premio Strega e incluso de la “mujer de la voz ronca”. Solo después de todo eso, existe alguna posibilidad recordar La playa.
Esto podría deberse, en parte, a que nos encontramos ante una novela corta, que fue publicada por entregas en la revista romana Lettere d’oggi entre agosto y noviembre de 1941. No obstante, el propio Pavese contribuyó a su desprestigio al definirla como una distracción y un simple ejercicio de estilo que por fortuna pocos habían leído. También parecía querer alejarla del conjunto de su obra, al señalar que no era ni brutal, ni proletaria, ni americana, y que describía un ambiente que no era el suyo. Incluso llegó a afirmar que se avergonzaría de ella si mereciese la pena.
Como en todo lo relacionado con Pavese, existe la tentación de hacer un análisis biográfico y psicológico de las razones por las que llegó a tener una opinión tan negativa de La playa. Es sabido cómo los desengaños amorosos condicionaron la vida y la obra del autor piamontés. En este caso, La playa está muy ligada a Fernanda Pivano, una genovesa con la que mantuvo una relación entre 1940 y 1945, a la que propuso en vano matrimonio (el juicio negativo de La playa al que se ha hecho referencia data de 1946). En 1943, le escribió a Fernanda:
“En 1940 tenía por usted un entusiasmo estético (de allí las poesías) que, por fuerza, transformé en apego moral (de allí la novelita La playa)”
La crítica ha visto en ocasiones la relación entre Fernanda y Clelia, considerándose al propio Pavese como al protagonista-narrador de la novela.
Que este juicio negativo de su propia obra responda a cierto despecho podría justificarse por una opinión posterior del autor, menos difundida y más ajustada a la realidad, en la que afirma, como recuerda Davide Lajolo, “Salvé La playa introduciendo jóvenes que descubren la vida de la discusión, la realidad mítica”
Más allá de todas estas conjeturas, lo importante es siempre atenerse al texto y lo cierto es que La playa es una de las mejores novelas cortas del siglo XX, injustamente postergada como una obra menor de un extraordinario artista. Nada mejor que redescubrir su ambiente evocador, las descripciones sugestivas, la tensión narrativa. La presencia de la nostalgia.
Cesare Pría