Cuando empecé mi investigación sobre la Gran Vía de Madrid para escribir «Ríe el bullicio» (Huerga y Fierro Editores, 2024), una de las primeras cosas que hice fue buscar en la Biblioteca Nacional periódicos del 4 de abril de 1910, día en el que se iniciaron las obras de la Gran Vía.
Esta famosa calle de Madrid fue el resultado de un proyecto que implicó el derribo de todo un barrio. En concreto, tal y como cito en el libro, objetivo era el saneamiento y embellecimiento de la ciudad, y aunque hubo muchas voces que se opusieron a la construcción de la calle, como por ejemplo la de Ramón Gómez de la Serna, el hecho es que el día del inicio de los derribos de las casas sobre las que se levantaría la Gran Vía fue un acontecimiento señalado en la vida política de la ciudad, tanto que hasta el rey Alfonso XIII fue el encargado de dar el primer piquetazo con el que se iniciaron los derribos de las casas. Justo después de este momento, que se refleja en la fotografía, saltaron varios albañiles del techo de la casa -que era la del cura de la Iglesia de San José- y empezaron a dar más piquetazos a la vivienda, la cual, sería la primera en venirse abajo.

La ceremonia fue un acto de alto nivel, con todos los concejales del Ayuntamiento, el Alcalde y el Presidente del Gobierno, diversas personalidades y parte de la familia real. Allí se agolparon también muchos ciudadanos, para escuchar los discursos y a la banda de música.
Todo esto sucedió, para los que conozcan Madrid, aproximadamente nada más cruzar el semáforo más cercano al edificio Metrópolis. Gracias a todos los periódicos antiguos en los que encontré la crónica de aquel día, pude tener la escena ante mí, sentirla, paladearla con la mente, visualizarla: imaginar el gentío, los acordes de la banda, los murmullos. Todo se presentaba muy vívido. Era un hecho histórico importante para «Ríe el bullicio», mi poemario sobre la Gran Vía, porque en ese momento comenzaba todo. Entonces, como poeta, tenía que hacerme una pregunta: ¿cómo utilizar este material? ¿Cómo canalizar todas estas sensaciones? Yo tenía claro que el texto tenía que incluir fragmentos de noticias de periódicos. Varios borradores de un poema me hicieron ver que lo que mejor funcionaba era un texto en prosa; pero no podía simplemente contar lo que había sucedido, no podía limitarme a contar esa historia. La poesía consiste en crear una sensación, en generar emociones, en buscar la trascendencia. En definitiva, ¿cómo podía trabajar con aquel momento histórico que de una forma tan vívida estaba ya instalado en mi mente? Pensé entonces en la figura de Alfonso XIII. En el carácter simbólico del piquetazo, en cómo él aquel día sostenía una corona que perdería dos décadas después. Pero aún no lo sabía, del mismo modo que la casa sobre la que iba a dar el piquetazo aún permanecía en pie. Decidí trabajar sobre esa idea: el momento histórico concreto, y lo que como personas del futuro sabemos qué va a suceder a lo largo del siglo siguiente; y sacar de todo ello una sensación, una idea universal nacida de esa escena. De esta manera decidí, a grandes rasgos, utilizar la historia en ese poema en concreto.

Es siempre difícil encontrar el equilibrio adecuado entre la historia y el arte. Me refiero a la utilización de la historia en las obras de arte. Si pienso en el cuadro, «La demencia de Juana de Castilla» de Lorenzo Vallés, reconozco el elemento histórico (el famoso sufrimiento de la reina de España por la muerte de su esposo con el que manifestó su locura). Cuando lo contemplo en el Museo Del Prado, el elemento histórico es importante y funciona como soporte de la experiencia del observador de la obra, pero es la mirada de la reina lo que más impresiona. Lorenzo Vallés logró reflejar la locura en sus ojos a través de una mirada que también suscita tristeza y piedad en quien admira el cuadro. La destreza técnica del pintor, su capacidad para crear una expresión en los ojos, utiliza la historia como aliada para crear una sensación. Todo lo que sé sobre Juana la Loca, mi conocimiento histórico, se funde con la sensibilidad artística con la que miro el lienzo, y completa la obra. Siento lástima por la reina porque conozco su historia y puedo distinguir el alcance de su locura que tan magistralmente plasmó el pintor.

Pero no siempre funciona así. De este modo, «Shakespeare in Love», la famosa película protagonizada por Gwyneth Paltrow y Joseph Fiennes, está repleta de detalles históricos muy precisos que muestran un buen conocimiento del mundo teatral de la Inglaterra isabelina: las amenazas de cierres de los teatros; la condena de los mismo por los puritanos (fuerza con gran peso en el gobierno de Londres en aquella época); el hecho de que las mujeres tuviesen prohibido actuar; la aparición de personajes históricos como Philip Henslowe, Christopher Marlowe o John Webster; la cercanía a los teatros de lo que en la película denominan «casas de mala reputación»; o la propia reconstrucción de un teatro de la época fiel a los testimonios que se conservan, con los espectadores más humildes junto al escenario y los más pudientes en las gradas, tal y como sucedía entonces.
Es posible disfrutar de la película sin conocer el gran número de referencias históricas concretas que contiene. Se trata, al fin y al cabo, de una ficción, de una historia de amor. Pero esos detalles, aunque no se conozcan, ayudan a crear una sensación de verosimilitud que hace que cumplan una importante función narrativa y gustan mucho a quien sabe identificarlos.

Y es, quizá, la palabra sensación sea la clave de este equilibrio entre la historia y el arte. Siguiendo con el cine, si pensamos en «Elizabeth», la película de Shekhar Kapur que catapultó a la fama a Cate Blanchett (estrenada el mismo año que «Shakespeare in Love») la utilización de la historia es completamente diferente. La película trata sobre el acceso al trono y los años iniciales del reinado de una joven Isabel I de Inglaterra, en una trama repleta de intrigas y vicisitudes. Esta trama utiliza la historia de un modo especial, ya que todos los elementos históricos se reconducen a la recreación de Isabel I como símbolo nacional de Inglaterra. Es decir, no importa tanto la exactitud histórica como la utilización artística de lo que esta reina simboliza, de la imagen mítica construida a su alrededor (lo cual no deja de ser también, esta construcción mítica, una realidad histórica por sí misma). Esta utilización de la historia requiere una narración más poética, que hábilmente se utiliza en la película cuando se refleja la leyenda que cuenta que a Isabel I se le comunicó que iba a ser reina mientras estaba a la sombra de un roble de Hatfield House o cuando la reina decide renunciar al matrimonio (en una intensa escena en la que Cate Blanchett vacía la mirada mientras le cortan el pelo, con el requiem de Mozart como fondo, anacronismo musical que artísticamente funciona muy bien). Todo ello, creando una sensación en el espectador. «Elizabeth» quizá no sea una buena lección de historia, pero sí que es una buena obra de arte.

Si nos centramos en la narrativa, podemos pensar en el que quizá sea el gran maestro español de la novela histórica: Benito Pérez Galdós. El autor canario en «La fontana de oro», nos transporta al trienio liberal (1820-1823), al Madrid de esa época, a los conflictos políticos y a cómo el propio rey Fernando VII conspiraba contra la Constitución que él debía salvaguardar y contra la libertades que esta representaba. En esta novela, maravillosa y por desgracia quizá un tanto olvidada, Galdós se sirve de la historia para construir un relato costumbrista que recrea una época con gran amplitud y de un modo muy creíble y sugestivo. También en esta novela la historia parece tener una función política: el rechazo a Fernando VII y la defensa de las ideas liberales. Pero la historia está al servicio de una técnica narrativa magistral. Aquí la sensación creada es diferente a, por ejemplo, a la de «Elizabeth», pero no por ello menos acertada desde un punto de vista artístico.
Hay, por lo tanto, distintas maneras de utilizar la historia en el arte. El equilibrio, como ya he dicho, es siempre difícil. Al final quizá la clave sea tener en cuenta que cuando se está creando una obra de arte que utiliza la historia debe primar lo artístico. De este modo, en literatura, por ejemplo, da igual cómo se utilicen los hechos históricos (ya sea con rigor y exactitud o ya sea reconstruyéndolos de algún otro modo) si no se cuida la estructura del texto, la adecuación del lenguaje, la creación de una sensación coherente o que el lector se sienta ante personajes convincentes. Una obra de arte es un mundo en sí mismo y su lógica interna y externa debe ser reconocible para que la obra de arte funcione. Si lo artístico no termina de funcionar, de nada servirán los elementos históricos que la obra utilice.
Sea como fuere, es siempre muy interesante reflexionar sobre la relación entre la historia y el arte.
Cesare Pría