No creo que exista ningún libro parecido a “Eugenio Oneguin”, la fascinante novela en verso de Alexander Pushkin, escrita, como el propio autor afirmó, a lo largo de 7 años, 4 meses y 17 días.
Fue una novela publicada por capítulos a lo largo de varios años. El primero apareció en febrero de 1825, el segundo en octubre de 1826, el tercero en octubre de 1827, mientras que los capítulos cuarto, quinto y sexto fueron publicados en 1828.
Pushkin tuvo una vida corta pero intensa. Nació en 1799 y con menos de treinta años conoció el destierro hasta que el propio Zar Nicolás I le ordenó regresar a Moscú. Murió como consecuencia de un duelo de honor contra el embajador de Holanda en San Petersburgo en 1837. Pero sobre todo, su vida es la de una fulgurante carrera literaria, donde sus poemas se difundían de boca en boca, con obras cumbre como “Eugenio Onegin” o “La hija del capitán” que para muchos refundaron la literatura rusa e hicieron posible que después emergieran las grandes figuras de Dostoievski, Tolstoi, Gogol o Turguenev. El gran poeta nacional ruso que cambió el curso de la historia literaria para siempre.
Hay mucho de Pushkin en su personaje Eugenio Oneguin. Como el protagonista de su novela, Pushkin vivió la soledad del campo (obligada en el caso de Pushkin) en Mijáilovskoye, donde permaneció dos años en la finca familiar acompañado tan solo por Arina Rodiónovna, su niñera de la infancia; y, como Oneguin, vivió la vida cortesana más excelsa, participando de sus intrigas y su tedio.

No obstante, no hace falta saber nada de la vida de Pushkin para reconocer, y disfrutar, del genio de esta novela, ya que Pushkin crea, aun basándose en sus propias experiencias, un personaje universal con el que cualquiera puede identificarse. ¿Quién no ha sentido alguna vez, por muy feliz que sea, el peso de la existencia, el hartazgo de los días? ¿Quién no ha querido nunca huir por siempre a algún lugar donde, como dijo Rilke poder ir a dar “largos paseos al bosque, ir descalzo de día (…) una lámpara al lado por la tarde, la habitación cálida y la luna siempre que haya luna, las estrellas si hay estrellas (…) sentarse a escuchar la lluvia o la tormenta (…)”? ¿Quién no ha sentido agotamiento por las mezquindades de la sociedad y quién no se ha sentido atrapado por las cadenas invisibles de las normas sociales y su dictadura silenciosa? Este es Oneguin, un hombre perdido bajo la luz que no sabe cómo buscarse y que cree en la soledad como única forma de resistencia.
Pero no solo Oneguin, también Tatiana es un personaje cumbre de la historia de la literatura. Ella también encuentra refugio en la soledad, una soledad que a diferencia de Oneguin no es huida sino esperanza. Aguardar el momento en el que ser ella misma. Solo cuando comprende que su resistencia es baldía se deja vencer por esa sociedad que la desdibuja. Un tema, sin duda, destacado en cualquier época.
Pero “Eugenio Oneguin” no es solo una obra genial por la profundidad de los personajes principales. Hay que destacar la originalidad de su forma. No solo porque nos encontremos ante una novela en verso sin parangón, sino también por la modernidad de algunos de sus detalles, adelantadas un siglo a su tiempo como por ejemplo la utilización de versos vacíos. Con ellos, se invita al lector a concebir la obra como un relato fragmentado e imaginar lo que falta. Asimismo, es un recurso muy inteligente para agilizar el ritmo y el tiempo del relato.
Pushkin, además, reinventa el romanticismo y adelanta el realismo, con ese trato irónico de los elementos románticos, al mismo tiempo que se sirve de ellos; y con esa voluntad de objetivar su relato, tomando cierta distancia en la narración y en la que las pasiones se expresan con contención sin reducir su intensidad. Todo esto se intuye por ejemplo la estrofa XXXII del Capítulo Tercero:
“Tatiana arroja un suspiro,
la carta tiembla en sus manos;
sobre la lengua inflamada
se seca la oblea rosa.
Ha desmayado la cabeza;
se le descubre un hombro esbelto
al resbalarse la camisa…
Se va apagando ya el rayo
del astro pálido; el valle
emerge entre el vaho; el río
se torna de color plata,
y el cuerno del pastor despierta
al labrador. Aclara el día.
Ya todos se han levantado.
Más nada importa a Tatiana.”

Asimismo, se puede afirmar que la modernidad de “Eugenio Oneguin” radica también en la utilización de la intertextualidad (son muchos los versos que hacen referencia a otros autores contemporáneos de Pushkin), la inclusión de referencias históricas y la descripción de normas sociales (como esa preponderancia del francés como idioma de la alta sociedad y la relación con el idioma ruso) que hacen de “Eugenio Oneguin” un maravilloso texto híbrido, metaliterario. En este sentido, resulta fascinante las referencias a las creencias de la Rusia rural que con tanto detalle se describen en el capítulo quinto y componen una suerte de estudio de las tradiciones populares y de relato sobrenatural:
“Aconsejada por la aya,
dispuso sigilosamente
que le pusieran una mesa
con dos cubiertos en la baina;
pensaba allí pasar la noche
echando la buenaventura.
De pronto el miedo la invade…
y a mi también(…)”
Sin embargo, la característica de “Eugenio Oneguin” que ha despertado mayor fascinación en sus ya casi dos siglos de historia quizá sea su extraordinaria belleza. Es una novela cargada de hermosas visiones, de una profunda melancolía, de una expresión de la ausencia y del vacío -a través de la soledad, de la nieve, o del paso del tiempo- con la que, como se ha dicho, cualquiera se puede identificar.

Pushkin escribió una obra maestra y genial que no ha sido emulada por nadie. Visionaria para su tiempo, adelantada a su época (la utilización técnica del paso del tiempo en la narración podría recordar por ejemplo a “Al faro” de Virginia Woolf, escrita un siglo después). Siempre he defendido que el pasaje de la carrera de caballos de ”Ana Karenina” de Tolstoi es uno de los momentos cumbres de la literatura universal. También “Eugenio Oneguin” nos brinda a mi juicio, con la carta de Tatiana, uno de esos momentos cumbres, mágicos, donde la literatura auténtica se hace presente:
“Yo le escribo… ¿Qué más puedo
decirle? Se lo he dicho todo.
Derecho tiene a humillarme.
con un desprecio merecido.
Pero si tiene una gota
de compasión por mi destino,
me escuchará (…)”
Pushkin, un genio al que ni siquiera las vanguardias hicieron antiguo. Un escritor tan moderno como el día que comenzará mañana.
Cesare Pría
- Las citas de “Eugenio Oneguin” incluídas en este artículo proceden de la edición bilingüe de Mijail Chílikov publicada por Ediciones Cátedra en el año 2000. Una edición que recomiendo a todo el que quiera leer “Eugenio Oneguin” en español.
- La cita de Rilke pertenece a “En Ronda. Cartas y Poemas”, Rainer María Rilke, Pre-textos.